Vinatero tiene una doble acepción. La de aquel que produce vino y quien comercia con él y, en lo que atañe a este segundo término, la profesión decanta cada vez menos tiendas a granel. Eso sí, Vinos Bobadilla lleva en ejercicio sesenta años con la tercera generación de la familia al frente. Fernando atiende en Pérez Galdós y Eduardo (Logroño, 1966) lo hace en Menéndez Pelayo.
Si antaño el consumo de vino a granel era mayoritario, ahora es algo residual, circunstancia que ha hecho que Eduardo haya hecho sitio en su bodega a «conservas, paté y otros productos a poder se riojanos».«Esa es quizás la diferencia con respecto a la época en la que lo llevaba mi padre», rememora. Él lleva en esto «desde crío». «No me gustaba estudiar y entré pronto en la tienda», se sincera.
Huele a lagar pues dieciocho depósitos se apoderan del negocio y, junto al mostrador, vino embotellado, bricks, vinagre, anís y otras bebidas alcohólicas. Con motivo de las fiestas, el clarete, acompañado de una rama de canela, hace furor. «Vendemos sobre todo bricks, con marca propia», enumera, «pero estos días, como ves, se pasa mucha gente joven porque son fiestas y todo el mundo hace zurracapote».
Pese a la escalada galopante de los precios, Eduardo Bobadilla trata de contenerlos: «Hacemos lo que podemos pero intentamos que los precios sean similares a los que podamos ver en el supermercardo».
De normal, su clientela es «del barrio, gente mayor» aunque gracias a los envíos a Madrid y Barcelona «nos salen las cuentas».
El sector, con un exceso de oferta, atraviesa un cambio de ciclo. Vinos Bobadilla no es ajeno a esta realidad «porque a granel cada vez se vende menos aunque nosotros no nos quejamos». «No se vende como antes porque, no nos vamos a engañar, la gente joven se ha pasado a la cerveza. Es algo que todos sabemos y no se puede esconder», se despide antes de llenar una garrafa, de plástico, «cuando antes era siempre garrafones de cristal».