Hay edificios que trascienden al uso para el que fueron concebidos y se acomodan a las exigencias de la sociedad. Le ocurre al soberbio inmueble de la Biblioteca de La Rioja Almudena Grandes, entre La Merced y Portales, que en origen fue convento y después Fábrica de Tabacos.
Pero la institución bibliotecaria es más antigua que los muros que hoy la acogen. La idea de crearla surgió tras la desamortización de Mendizábal, como salida para los libros de las bibliotecas monásticas. Sin embargo, no fue una realidad hasta el 6 de agosto de 1850, en el antiguo convento del Carmen, que funcionaba como instituto de Segunda Enseñanza, en el lugar donde hoy se encuentra el Sagasta, aunque su entrada en funcionamiento se demoró hasta 1852. Fue la primera biblioteca pública de Logroño. Pronto creció gracias a los fondos del convento de San Francisco de Nalda.
Con el final del siglo XIX, llegó un nuevo edificio para el instituto y la biblioteca. En 1894 comenzó el derribo del antiguo convento para erigir en el solar un nuevo edificio, diseñado por Luis Barrón, que acogería al Sagasta. En 1896, la institución bibliotecaria recibió el nombre de Biblioteca Provincial y, durante las obras, se trasladó al edificio del Asilo.
La biblioteca ocupó, en 1942, una de las salas más nobles, en la primera planta del instituto. Con el tiempo, sus estanterías de madera se nutrieron de más obras. Al convertirse en Biblioteca Pública de La Rioja se trasladó al edificio que dejó libre la Tabacalera. Sus vacíos pabellones industriales exigieron una rehabilitación. Se conservó gran parte de los elementos, como las columnas de metal o las vigas del tejado, que aún muestran restos del incendio de la fábrica. En su actual sede, la Biblioteca abrió sus puertas en 1988.
El edificio del antiguo convento de La Merced fue rediseñado por Luis Barrón para reconvertirlo en la Tabacalera, cuyas obras comenzaron en 1889. La figura de Sagasta fue clave para conseguir que esta importante industria se asentase en la ciudad. Los trámites fueron rápidos y en menos de un año el proyecto estaba redactado. La parte más alterada fue la residencial, que dejó paso a tres grandes pisos diáfanos para instalar las máquinas. Allí trabajaban las famosas cigarreras, de las primeras mujeres en entrar en el mundo laboral y que tuvieron un palco propio en la visita del Rey Alfonso XIII a Logroño en 1903.