La apuesta de la belle époque

Bruno Calleja Escalona
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El Gran Casino surgió a principios del siglo XX como lugar de recreo y diversión de la burguesía logroñesa, con distintos avatares que le hicieron decaer, resurgir y pervivir hasta hoy

El Gran Casino ocupaba el primer piso, el bajo y un jardín en lo que hoy es la esquina de Miguel Villanueva y Avenida de La Rioja. - Foto: Colección Taquio Uzqueda

Si la primera estación de ferrocarril fue emblema de modernidad y punto de llegada a la ciudad de insignes, como Amadeo I de Saboya, recibido por Espartero, a escasa distancia, en lo que hoy es la Gran Vía, el Gran Casino ejerció de lugar de encuentro y ocio de la burguesía logroñesa. Fundado en 1905 al calor de una ley promulgada por Sagasta, el germen lo habían puesto ya en 1904 miembros de la alta sociedad, que maduraban la idea de crear un espacio de recreo y expansión. El proyecto se materializó el 11 de mayo del año siguiente con la fundación de la Sociedad Recreativa Gran Casino, popularmente conocida como Casino Moderno, cuyos socios se reunían inicialmente en el Grand Hotel. Tertulias, bailes, veladas y actos con personajes ilustres y ceremonias de todo tipo fueron dando cuerpo al Casino. A ello se le sumaron causas sociales en apoyo a entidades benéficas, como Cocina Económica. En 1908, una visita de la infanta Isabel dio lustre a esta sociedad.

En 1910 contaba con una agrupación deportiva y en 1912 dejó su sede inicial del Grand Hotel, convertido en alojamiento de viajeros, para ocupar el bajo y primer piso y jardín de un edificio junto a la estación ferroviaria, en la equina que hoy forman la calle Miguel Villanueva y Avenida de La Rioja. En los nuevos locales se celebraban animados bailes a los que acudía la flor y nata del Logroño de la época, mientras que para las clases más modestas se organizaban otros en la calle. 

La crisis de los años 20 restó esplendor al Gran Casino, obligado a recortar programación y a pagar multas al prohibirse los juegos de azar y por el mal estado del edificio. Con la actividad mermada, el resurgir  llegó en 1933, durante la II República, gracias a un donativo de Sabas Torres, que permitió ganar socios, reformar las instalaciones y retomar fiestas y actos sociales en lugares como La Manzanera o el frontón Beti Jai. El auge duró hasta la Guerra Civil, cuando este tipo de sociedades eran objeto de vigilancia, lo que obligó a dejar la sede y le hizo perder socios, hasta quedar al borde de la desaparición. 

Pero en 1947, la sociedad retornó a su sede, reinaugurada un año después tras una reforma, en un ambiente festivo. En 1949 se recuperó el jardín y en 1962 llegó la primera televisión y comenzó a construirse la nueva y actual sede en la Gran Vía, inaugurada en 1970.