«Desde el adiós de la peseta, mi café cuesta lo mismo:un euro»

El Día
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El hostelero Ángel Álvarez, dueño de Los Ángeles, lleva cuarenta años de ejercicio y veintidós sin subir el precio del café

Ángel Álvarez, acodado en la barra de Los Ángeles. - Foto: Ingrid

Solo, cortado, bombón, irlandés, vianés, frappé y, por supuesto, con leche. Hay tantas formas de hacer café como camareros en el mundo pero, sin ánimo de exagerar, solo hay uno que siga costando un euro. Así lo entiende Ángel Álvarez (Logroño, 1967), dueño de Los Ángeles, bar que abrieron sus padres allá por 1971 y que, cincuenta y tres años después, sigue atendiendo a la parroquia de la calle Autonomía de La Rioja.   

Hasta 2007, fecha en la que cerró sus puertas el Hospital San Millán, finalmente derribado en 2009, media Rioja pasaba por su bar. «La gente de los pueblos venía al médico y, entre consulta y consulta, entre compra y compra, paraban aquí», explica. Al cierre del hospital de referencia le siguió, años después, la clausura del Mercado Patricia.

Pese a la pérdida de clientela, hay un hecho inmutable en estos veinte años: el café (y las infusiones) de Los Ángeles siguen costando un euro.

«Desde el adiós de la peseta», rememora, «el café cuesta lo mismo». El 1 de enero de 2002 la rubia dejaba de ser el patrón de referencia en los precios y el euro comenzaba a circular. El cambio fijado era de 166 pesetas pero, en realidad, la conversión se aplicó encareciendo la cesta de la compra y el resto de productos de consumo.

«Antes de la llegada del euro, el café costaba cien pesetas», informa. El redondeo fue de lo más generoso pero, en estos veintidós años, no ha vuelto a tocar el importe de estas bebidas. «¿Cómo lo voy a subir?», se pregunta. «Mi objetivo es que, hasta que me jubile», y le quedan diez años, «siga costando lo mismo: un euro». No sabe si su café es bueno o malo aunque, en estas dos décadas de congelación cafetera, «nadie se me ha quejado».

No cambia el precio de venta al público ni tampoco la máquina que, al cabo del mes, trasiega una decena de kilos de grano. «Es una Gaggia de 1999», alardea. «En la época me costó medio millón (3.000 euros en la actualidad sin contemplar la inflación) pero la tengo como nueva», se ufana.

De los pueblos dejaron de bajar a Los Ángeles pero los vecinos de Avenida de la Paz y calles adyacentes siguen acercándose: «La clientela es variada: trabajadores, vecinos de toda la vida y, por supuesto, gente que sobrevive con el subsidio mínimo». Todos ellos se sorprenden del importe: «Me dicen que soy el único que tengo estos precios y me preguntan si los voy a subir». Su intención es continuar con su batalla contra la inflación. «Sé que por ahí el café cuesta 1,20, 1,30 y hasta 1,40, pero a mí de momento me salen las cuentas», asevera.

Con 57 años, cuarenta de ellos atendiendo la barra de bar, se conforma con poco aunque en su establecimiento pase muchas horas. «Curro hasta el sabado a mediodía.En verano sí que cierro para irme al pueblo. Tengo a las hijas estudiando, no pago renta del local y con esta política me ha ido bien», argumenta.

Entiende que muchos compañeros de profesión hayan subido los precios aunque el café y el agua siguen siendo los productos más rentables para cualquier hostelero que se precie: «Estoy seguro de que habrá gente que a un kilo le saque cien cafés. Creo que yo le saco unos ochenta. ¡Eche cuentas si es rentable o no!», reta.  En los refrescos, «no hay rentabilidad porque ya en el supermercado cuestan bastante», lamenta al tiempo que apunta que sigue teniendo el cuartillo de cerveza, otra rubia, «a euro y medio».

«No me forro», se despide», «pero tampoco me puedo quejar».