Calculo que, en algunos lugares, es probable que los Reyes Magos puedan llegar con retraso. Me refiero a la gran demanda de pantalones vaqueros rotos, y al descubrimiento de que los pantalones nuevos son más baratos que los pantalones rotos. Me imagino que esta paradoja habrá tenido a todo el equipo de recursos humanos de los Reyes Magos estableciendo turnos, y rompiendo los pantalones nuevos para que parezcan que son pantalones caros comprados rotos, con lo que se habrá conseguido un gran ahorro, y así poder llevar algo de comida a quienes tienen tanto hambre como poca ropa.
En el siglo pasado, mi admirado Manuel Vicent escribió un brillante artículo, donde relataba que había sido invitado a una fiesta social de personas de buena posición, y que por en medio de la fiesta pululaba un joven con aspecto casi de mendigo que, naturalmente, era el hijo de los acomodados anfitriones. Pasó algo parecido con la ropa de camuflaje usada por civiles, que todo lo que saben de las guerras es lo que han visto en algún documental.
A partir de aquí podría ejercer de abuelo Cabolleta, y recordar la alegría vecinal que presencié en la infancia, cuando alguien de la escalera descubrió que, en un convento de monjas, hacían unos zurcidos impecables que dejaban las coderas de las chaquetas y las rodilleras de los pantalones como si fueran nuevos. Sería un error en el que no quiero caer, porque soy un entusiasta de la libertad, y firme partidario de que no se detenga a nadie por llevar los pantalones rotos en invierno, a pesar de que el sistema sanitario tampoco está para apostar por los catarros voluntarios.
Como amigo de esa libertad, también reclamo poder opinar que me parece una gilipollez de grueso calibre, que durante los veranos se asimilaba como una manera de ventilar la temperatura del cuerpo, pero que en invierno te recuerda el pesar que te produce contemplar a una mujer musulmana con el nikab de tres capas o el hiyab enrollable, cuando el termómetro marca más de treinta grados a la sombra. La religión y la moda obligan a comportamientos que a los agnósticos, y a los que no siguen la moda, les llaman mucho la atención, pero que nadie tire la primera piedra, porque, a lo peor, circula por ahí una fotografía de algún lector, ataviado con aquellos incómodos y horribles pantalones de pata de elefante. Respeto y libertad.