Lo del 9 de junio ha operado como una macroencuesta sobre los años de Pedro Sánchez en la Moncloa. La verdad es que sale mal parado, pero no da para la cancelación del sanchismo. Constatamos simplemente que tampoco supera este segundo examen (el primero fue en las elecciones generales de julio) tras cinco años de reinado.
El PP fue primera fuerza en julio de 2023 y ha vuelto a ser primera fuerza en la lectura nacional de las europeas del domingo pasado. Sin embargo, los resultados no van a modificar la relación de fuerzas entre el partido que gobierna y el que aspira a gobernar. Su impacto va a ser irrelevante, pues la diferencia a favor del partido de Núñez Feijóo no ha sido lo bastante holgada como para hacer creíble una apremiante exigencia de elecciones anticipadas.
Lo cual no desmiente un elemento del análisis que sitúa al presidente del Gobierno y líder del PSOE en tiempo de descuento. Creo que ese proceso va a continuar, aunque no tanto por su pobre resultado en las elecciones europeas, sino por lo que se le viene encima a partir de ahora.
Recapitulemos: el caso "Begoña", la gobernabilidad de Cataluña, la aplicación de la ley de amnistía por parte de un poder judicial que se siente atropellado por el Gobierno y, sobre todo, la fractura del frente izquierdista-republicano-plurinacional-independentista, cuyos componentes, todos y cada uno (excepción hecha de los socialistas catalanes de Illa) han sufrido en las urnas del pasado 9 de junio.
Quienes mejor escenifican el revolcón son la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, al frente de Sumar, cuya facturación en las urnas es similar (humillante, ¿verdad?) a la del ultraderechista Alvise Pérez (en torno a los 800.000 votos), y en el lado de los independentistas, otro fijo en la ecuación "Frankenstein", Oriol Junqueras (ERC), que ha dimitido de su cargo como líder "republicano", aunque la retirada sea estratégica, que todo hay que decirlo (paso atrás para tomar impulso).
Lo que es desorientación y el desaliento a la izquierda aliada del PSOE (Sumar, Podemos y ERC sufren en el recuento del domingo) es motivación y viveza a la derecha del PP.
El fenómeno es europeo. En España no hemos llegado a la primacía electoral de la extrema derecha de Le Pen en Francia o el populismo tratable de Meloni en Italia, pero los más de dos y medio de españoles que han votado a Vox y a Alvise Pérez ("Se acabó la fiesta") han sonado como una especie de cuchufleta al discurso de Moncloa.
Digámoslo por derecho: si el Gobierno y el PSOE creyeron de verdad que iban a ser retribuidos en las urnas por erigirse en dique de contención ante el avance de la ultraderecha, me parece que han hecho un plan de obleas.