Cuando una persona dice que trabaja en un colegio, automáticamente se piensa que es un profesor o tiene un puesto de trabajo relacionado con la educación. Pero un centro escolar está compuesto por muchas personas, además de los docentes.
Entre ellas están las enfermeras. La Rioja cuenta, en este curso escolar 2023-24, con 22 enfermeras frente a las tres que había en el curso 2017-18. Un incremento que ha sido gradual con el paso de los años, ya que en el curso 2018-19 también hubo tres, al año siguiente cuatro, en el 2020-21 hubo cinco, en el 2021-22 hubo nueve enfermeras y en el 2022-23 había 13.
El hecho diferencial que hace que unos colegios tengan una enfermera o no es que tengan alumnos con necesidades asistenciales sanitarias. En uno de estos centros escolares, el CEE Marqués de Vallejo de Logroño, trabaja la enfermera Paloma González desde el 2009, hace 15 años.
Cuenta que llegó a dicho colegio «de rebote». Aprobó una oposición con la que obtuvo una plaza en la residencia que hay en Lardero, donde hacía tres turnos, pero «llegó un momento de mi vida que no me apetecía hacerlos. Por eso solicité cualquier turno fijo de mañanas en la comunidad, y de rebote me tocó este porque la enfermera que había aquí se marchó».
Recuerda que cuando llegó tuvo que formarse porque «no tenía ni idea de muchas cosas que había que hacer». «Hasta ese momento no había tratado con niños, y menos de los que tienen patologías de adulto, ya que solo había trabajado con ancianos, en medicina interna y en geriatría», reconoce.
El número de niños y adolescentes ha crecido desde que entró. En 2009 habría alrededor de 70 niños pero «ahora hay 139 y el curso que viene esperamos otros tantos».
Todos estos niños y adolescentes hacen que su trabajo no sea el mismo que el de una enfermera escolar que trabaja en un centro más convencional. Relata que acuden a la enfermería por cualquier motivo que les ocurra, desde un dolor de cabeza, hasta picaduras de bichos, golpes o caídas. Además, González es la encargada de repartir la medicación entre los alumnos que la necesitan, de vigilar que no se produce ningún atragantamiento y de que no haya problemas. «Tengo que dar medicaciones a todas horas. Nada más llegar primera hora, a media mañana y a la hora de la comida», detalla.
Por todo esto comenta que su carga de trabajo es diferente a la de una enfermera escolar que trabaja en un centro más convencional. «En esos colegios puedes hablar de la educación para la salud y en métodos de prevención pero yo no lo puedo hacer porque aquí es una labor más asistencial», apunta.
Atragantamiento. Tantos años en el CEE Marqués de Vallejo han hecho que Paloma González viviera situaciones difíciles con algunos de los alumnos, como cuando uno se atragantó con un trozo de salchicha durante un taller.
La salchicha, explica, tiene el tamaño del esófago de determinados niños, y este niño en cuestión, en un descuido, se tragó una salchicha. «Tuve que provocarle el vómito porque con la maniobra de Heimlich no había forma de que la expulsara», recuerda.
Añade que otras situaciones difíciles fueron cuando otro niño sufrió graves problemas epilépticos, una niña diabética con hipoglucemia que no se curaba con nada y tuvo que llamar al 112, y la pandemia de la Covid-19. «Los niños lo pasaron muy mal, tenían mucho miedo y venían continuamente porque decían que tenían todos los síntomas que veían en la tele», lamenta.
Las vacunas, señala, también fue un proceso difícil de llevar para estos niños del Marqués de Vallejo porque «muchos no entienden que pasa a pesar de que se lo anticipes y les cuentes». La petición de los padres de estos alumnos fue que querían que se vacunara a sus hijos en el propio colegio porque «en un centro de salud es mucho más complicado. Aunque es cierto que aquí hay veces que necesitaba la ayuda de cinco personas para vacunarles porque algunos no se dejaban».
Necesidad. En las últimas semanas, hay sindicatos que están reivindicando la necesidad e importancia de que haya una enfermera en todos los centros escolares. González defiende esta postura porque «es necesario para la tranquilidad de los padres y docentes».
El centro, afirma, tendría una figura a la que se podría recurrir a ella si en algún momento puntual ocurre algún problema médico. «Para bien o para mal soy la única sanitaria del centro, así que tengo que sacar las castañas del fuego cuando hay algún problema. Aunque a veces tengo que llamar al 112 para ver que tengo que hacer cuando pasa algo grave», indica.
Con todo, asegura que tener este puesto es «gratificante» porque «los padres están tranquilos cuando saben que hay enfermera mañana, tarde y noche». «Si ocurre algo estamos nosotras», concluye.