Le puede ocurrir a cualquiera. Un conductor que circula por una carretera y se topa de repente con una perra desorientada, en medio de la calzada, y con la expresión del miedo y la confusión en sus ojos. La primera reacción es frenar e intentar socorrerla y buscar ayuda oficial, en el convencimiento de que la normativa de protección animal y los recursos disponibles entrarán de inmediato en funcionamiento. El problema surge cuando la burocracia se traduce en que las autoridades competentes se desentienden, al menos en un primer momento, y es el propio ciudadano el que tiene que hacerse cargo del animal desvalido.
Por desgracia no es un caso aislado. Según datos de la Asociación Protectora de Animales en La Rioja (Aparioja), cada año alrededor de 800 animales de compañía deben ser asistidos por el refugio.
Es en momentos así cuando el corazón y la empatía de personas como Minerva Benito, marcan la diferencia. Sin dudarlo un segundo, detuvo su vehículo para socorrer a una perrita en apuros en la carretera de Lardero a Entrena. Los coches, lo único que hicieron fue «esquivarla y tocar el claxon, pero nadie se acercó a cogerla», relata.
Minerva no pudo soportar esa indiferencia y su amor incondicional hacia los animales le hizo actuar. No tuvo ningún problema al tratar de coger a la perra, de raza podenca, ya que se mostraba extremadamente cariñosa, como si supiera que estaba siendo rescatada. Al ver el estado y las condiciones en las que se encontraba, aprovechó que llevaba agua para hidratarla. Y se aseguró de quitarle el collar de descarga y el geolocalizador que llevaba debido a que «no le entraba ni el aire». Además, Benito indicó que «la perra desde el primer momento fue un encanto» y la única reacción que obtuvo por su parte fue de «gratitud y de amor».
La rescatadora no solamente evitó que el animal fuese atropellado, sino que impidió que se produjese un accidente de mayor gravedad. Pero lo que parecía un rescate simple, se convirtió en un laberinto sin salida. Poco a poco fueron pasando las horas y Benito no podía quedarse con la perrita debido a que ya tenía cinco gatos en casa. Y para su sorpresa y su indignación, ni la Policía, ni la Guardia Civil, ni los ayuntamientos correspondientes le ofrecieron ayuda alguna.
«Si no hubiera sido por mi insistencia, aún estaría ahí, sentada, esperando a que viniera alguien», aseguró Benito, quien tras varias horas de espera, y de conversaciones vacías destacó que las autoridades lo único que hicieron fue «pasarse la pelota». Lo que le hizo sentirse abandonada, ella también, y buscarse la vida.
Sin chip de identificación. Finalmente, ante esta situación tan frustrante, sin que nadie quisiera hacerse cargo del animal, Benito optó por acercarse a Aparioja, situada a poca distancia con la esperanza de que la acogieran durante un tiempo o al menso hasta que apareciese el propietario. Una vez allí, la revisaron y le pasaron el lector de microchip, pero no encontraron ninguno. Al día siguiente, el refugio contactó con esta amante de los animales para comunicarle que el dueño se había presentado para llevarse a casa a su perra.
Y aunque Minerva garantizó que no se arrepiente de su valiente acto de salvar y proteger a ese ser indefenso, confesó que dejarla en la protectora le dejó un amargo sabor de boca porque «es una comedura de tarro» no saber si la decisión tomada fue la mejor. Se trata de un dilema, que, sin duda toca la conciencia de quienes se preocupan por el bienestar de los animales.
Y aún así, Benito está profundamente agradecida a Aparioja por «el detalle de acoger a la perrilla», consciente de que están «hasta arriba» de trabajo y que sin su apoyo la historia podría haber tenido un desenlace mucho más incierto.