Sin ser consciente, se apasionó del circo en el chalet de su tío abuelo, donde realizó sus primeras «acrobacias» y donde su madre se percató de que no tenía «miedo a los retos físicos», pero la vocación de Armando Rabanera (Arnedo, 1978) despegó mucho más tarde, en la RESAD. «Se me cruzó el circo de por medio y aparqué la Escuela Superior de Arte Dramático», rememora. Aunque sus padres no lo veían claro («porque priorizaban los estudios por lo que pudiera pasar en el futuro»), vieron que había nacido para esto.
El abandono vino motivado por su ingreso en Carampa (Escuela de Circo Carampa de Madrid), a la que llegó bordeando el límite de edad: «Aterricé de rebote porque una compañera de la RESAD necesitaba para su trabajo de fin de carrera un protagonista que realizara saltos mortales y yo era el único que los hacía. Pero era autodidacta porque en esta época no existía youtube».
Lo que comenzó como una enseñanza «complementaria», acabó convirtiéndose en una pasión y en un oficio que arranca el 1 de noviembre de 2002, fecha en la que comenzó a trabajar con su pareja artística, y socio en la Compañía de Circo 'eia', el napolitano Fabrizio Giannini. Juntos dieron forma a CAPAS, inTarsi (Premio MAX de las Artes Escénicas 2017) mientras que sigue en los escenarios Nuye (Nosotros en napolitano) al tiempo que preparan Secrets. En la sala, ya sea saltando a la comba o formando figuras imposibles, se siente cómodo. Es entre bastidores, especialmente «haciendo tareas de oficina», cuando lo pasa peor.
Los tiempos de incertidumbre «de los inicios» quedaron atrás aunque el estilo de vida itinerante «típico del circo y de los actores» sigue en vigor. «Es una profesión que obliga a viajar mucho. Fue una de las razones por las que decidí no tener pareja ni descendencia», informa antes de reivindicar la importancia de las artes circenses «como un arte escénico más». Mientras el circo contemporáneo en medio mundo, sobre todo en Francia, tiene honores y estudios universitarios «en el Sur de Europa somos el patito feo».