La provincia de Logroño en el origen de La Rioja

Francisco Javier Díez Morrás*
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En 1982 fue aprobado el Estatuto de Autonomía de La Rioja. Otorgó a esta región un autogobierno que se ha revelado esencial para el logro de un notable nivel de desarrollo y bienestar

La provincia de Logroño en el origen de La Rioja - Foto: Ingrid Fernández

La Rioja tiene una raíz medieval. El primer testimonio escrito de la existencia de una región con esa denominación se encuentra en el Cartulario del monasterio de San Millán de la Cogolla, y es del año 1082. Los límites de la misma estaban entonces en las cuencas medias y altas de los ríos Oja y Tirón, un espacio fronterizo a caballo entre los reinos de Castilla y Pamplona-Navarra. La consolidación y expansión del topónimo Rioja es un fenómeno aún no estudiado, pero todo apunta a que fue fundamental el establecimiento de Domingo de la Calzada en la orilla del Oja y la fundación de un núcleo de población jacobeo, pues la villa que surgió pronto se convirtió en la sede de distintas instituciones eclesiásticas y civiles que adoptaron el nombre de la región. En Santo Domingo de la Calzada se instalarían el arciprestazgo de Rioja y la merindad de Rioja en el siglo XIII, y ya a finales del XV el amplio corregimiento de Rioja que extendió su jurisdicción por toda la Rioja Alta.

Pero no fue hasta principios del XVIII cuando se conoció como tal el amplio territorio que, bañado por siete ríos, abarcaba desde los Montes de Oca hasta la cuenca del Alhama, incluyendo las cumbres montañosas situadas al sur.

 

La conformación de una provincia. La construcción autonómica española desarrollada tras la aprobación de la Constitución de 1978 y sobre la base provincial, llevó a que buena parte de las regiones comenzasen a buscar o conformar los símbolos de una identidad propia. Aparecieron distintos episodios históricos y nuevos hitos fundacionales. La Rioja no fue ajena a ese fenómeno, necesitada como estaba de una reafirmación propia y en igualdad con otras regiones llamadas ‘históricas’. Fue entonces cuando esta región miró hacia el nacimiento de la provincia otorgando a la reunión de medio centenar de representantes de pueblos riojanos, celebrada el 8 de diciembre de 1812, una naturaleza constitutiva que no fue tal. La junta, incorrectamente llamada ‘Convención de Santa Coloma’, se celebró en esta localidad por ser la sede del temporal cuartel general de las tropas del coronel Juan José San Llorente. Tuvo un objetivo principal, informar del plan fiscal y recaudatorio militar que tenía el coronel para su División militar y obtener su aprobación. San Llorente creó también una junta directiva formada por dos representantes de La Rioja Alta y otros dos de La Rioja Baja para poder llevar a cabo las recaudaciones y administrar y organizar un cuerpo militar que diese estabilidad a la tierra riojana.

La Rioja vivió inmersa desde 1808 en un absoluto desgobierno a causa no solo de las tropas francesas, sino especialmente de la actividad de las guerrillas españolas. Los riojanos, cansados de pagar exacciones, de soportar arbitrarias levas y alistamientos, de sufrir saqueos, y de la falta de orden público, habían solicitado al general Castaños un mando militar firme y dotado. El 16 de diciembre de 1812 los miembros de la junta y sus electores mandaron un escrito a la Regencia, no a las Cortes, como en ocasiones se ha señalado, que no estuvo destinado a solicitar la creación de una provincia política independiente, sino a obtener la aprobación de las importantes medidas militares y recaudatorias aprobadas en Santa Coloma.

Sin embargo, este escrito a la Regencia terminaría a principios de 1813 en las Cortes, en su comisión de peticiones, la cual la desvió a la división del territorio en un momento en el que se empezaba a trabajar en un nuevo diseño territorial español en el que la división militar y la eclesiástica fueron también abordadas. Por tanto, finalmente fue convertido en un hito de la reivindicación provincial riojana.

De igual manera que el autonomismo de los años 80, la construcción del provincialismo riojano de principios del siglo XIX no fue fruto de una reunión o un escrito, sino que se trató de un proceso complejo y heterogéneo. La concreta delimitación geográfica que se fue pergeñando desde comienzos del siglo XVIII, la confluencia de intereses económicos de la Rioja vinícola a finales de ese mismo siglo y hasta la Guerra de la Independencia, la agrupación de intereses comunes de defensa durante la contienda alrededor de la Junta de Rioja y Álava, la indicada reorganización militar de finales de 1812 en Santa Coloma, la redacción de estudios históricos y económicos como el elaborado por Norberto Fernández de Navarrete en junio de 1813, las reuniones de miembros locales de la incipiente burguesía riojana a partir de enero de 1814, la gran actividad de la liberal Sociedad Patriótica de Logroño entre mayo y octubre de 1820, o los trabajos paralelos de los primeros riojanos defensores del constitucionalismo en Madrid durante 1821, llevaron a que el 27 de enero de 1822 las Cortes aprobasen la creación de la Provincia de Logroño.

 

De la Provincia a la Autonomía. Desde el punto de vista geográfico, el territorio de la Comunidad Autónoma de La Rioja se corresponde con la última de las delimitaciones que se realizaron del territorio riojano, la de 1833, por lo que no se ajusta al amplio espacio riojano que se configuró en 1822. Un ejemplo de ello es la existencia de dos territorios que formaron parte de esa inicial provincia y que siguen manteniendo el nombre de Rioja, la Rioja Alavesa y la Rioja Burgalesa. Otros, como la parte del norte de Soria vinculada a localidades como Yanguas y San Pedro Manrique, carecen de ese apelativo, debiéndose a su mayor relación con otro territorio riojano, los Cameros, con los que mantuvieron y aún mantienen conexiones económicas, sociales, culturales y familiares que van más allá de unas fronteras institucionales.

 Apenas quedan dos años para celebrar doscientos desde del nacimiento de la Provincia y cuarenta de la Autonomía. Será un momento oportuno para hacer balance sobre la trayectoria de esta región. No obstante, ya es posible afirmar que, desde posiciones no muy divergentes, tanto aquellos riojanos del siglo XIX, como los más cercanos del XX, trabajaron por lo que creyeron sería una decisión de progreso para la región. El paso del tiempo ha podido confirmar los sólidos fundamentos de los que en ambos casos se partió, y la capacidad de La Rioja para dar respuesta a las distintas realidades, consolidándose como una región plenamente capaz de afrontar los retos de la sociedad actual.

 

(*) Francisco Javier Díez Morrás es profesor asociado de Derecho de la Universidad de La Rioja. Doctor en Historia Contemporánea