Un hospital puede resultar muy hostil para un paciente, y más si es un niño el que tiene que permanecer ingresado. Las horas no pasan y el entretenimiento se limita a las cuatro paredes de una habitación, en la que una televisión puede hacer su función un tiempo, y algún que otro juguete, manualidad o dispositivo móvil. El problema está en las convalecencias más prolongadas o en las dolencias que revisten mayor gravedad. Adentrarse en la zona de pediatría del Hospital San Pedro produce una falsa sensación de alegría. La decoración de las paredes ayuda a humanizar la estancia, alejan la frialdad que impera en el resto de plantas e invitan a sus huéspedes a rebajar la ansiedad, a hacer más llevadera la permanencia en el centro hospitalario.
Pero cuando uno pone un pie en esta área de la primera planta del San Pedro sabe que lo que se puede encontrar no es la mejor de las estampas. A medida que se recorre el pasillo del módulo de Pediatría se van dejando atrás las habitaciones dispuestas a cada lado. Algunas están entreabiertas, otras cerradas y solo unas pocas se preparan para recibir a nuevos pacientes. Hay cierta quietud en el ambiente y es difícil ver a algún pequeño corretear por el pasillo. Y eso que al finalizar el camino hay una pequeña sala con juegos infantiles, vacía en ese momento. Y es justo al llegar a este espacio, al finalizar el trayecto, donde está el aula de pediatría, que se adivina tras una puerta rotulada con el cartel de 'Cole'. Es la escuela llevada al hospital, una manera de permitir que los niños y adolescentes ingresados que no pueden asistir a clase y seguir un proceso normalizado de escolarización puedan recibir atención educativa a lo largo de su ingreso hospitalario.
Pero no es solo un espacio en el que se imparte clase, sino que además se convierte en un pequeño oasis, un lugar en el que evadirse de la rutina hospitalaria, que permite a los pequeños salir de la habitación y olvidarse de las pruebas médicas a las que tienen que enfrentarse.Aunque solo sea de lunes a viernes, en horario de 10 a 14 horas (dentro del calendario escolar marcado por Educación). Tiene el tamaño de una habitación individual y no le falta ningún detalle. Hay material educativo dispuesto para todas las edades, además de juegos y ordenadores.
El aula escolar del Hospital San Pedro pertenece al CEIP San Pío X, el colegio situado junto al edificio de hospitalización del barrio de La Estrella. La impartición de las clases y la atención educativa recae sobre Carmen Yanguas. Esta profesora tiene que equilibrar sanidad y educación, y adaptar a diario el programa lectivo. «Cada día te encuentras lo que te encuentras. Cuando llego, cojo el cuadrante para saber qué niños hay y cómo se encuentran. Pregunto a las enfermeras por los pacientes y luego paso por las habitaciones para explicar a las familias este servicio educativo que tenemos en el hospital, ya que casi nadie lo conoce», indica.
atención individualizada. No suele haber largas estancias, pero sí mucho contraste entre los alumnos. A esta aula pueden acudir niños de entre 3 y 14 años. «El trabajo que hago con ellos depende de la edad que tengan y de cómo se encuentren», afirma esta profesora, quien matiza que «no tenemos que olvidarnos de que están en un hospital y que no pueden seguir la rutina que hay en un colegio». Por ello, se centra en realizar actividades muy lúdicas e indivualizadas, salvo cuando hay alumnos con deberes o estén en periodo de exámenes, y puedan seguir esta actividad. En casos de estancias prolongadas se pregunta a los colegios qué aspectos trabajar con el alumno e, incluso, ha habido ocasiones en que se han llegado a coordinar con los centros educativos para hacer exámenes en esta clase.
La jornada que El Día de La Rioja acudió a esta aula había cuatro alumnos de Infantil y Primaria: María, Julia, Hernán y Zainab, de 5, 8, 9 y 11 años, respectivamente. Cada uno estaba entretenido con diferentes tareas. La más pequeña, se afanaba en dibujar.Ese día había recibido el alta médica y su madre la esperaba en la puerta para regresar a casa, aunque ella apuraba el tiempo jugando con una cocinita y daba 'largas' a su progenitora. Era la única que iba con ropa de calle. Entretanto, Julia estaba concentrada haciendo los deberes de ciencias. 'All about plants' ?(Todo sobre las plantas), titulaba en su cuaderno. «Se me dan muy bien las matemáticas», aseguraba esta pequeña y reconocía que esta materia, junto con lengua y ciencias, era la que más le gustaba .
El más activo era Hernán. Muy participativo y voluntarioso. Pero su estancia fue breve ese día. No pudo terminar su tarea de dibujo, ya que tenía cita con el médico. «Esto es así. Si pasa el médico se van a hacer pruebas», relataba la profesora.
«Hay días duros porque ves de todo», reconoce Yanguas, que es el segundo curso que imparte en el centro hospitalario. Pero, pese a esta dureza que relata, asegura que su trabajo es «muy gratificante a nivel personal». «Ves cómo están los niños en el aula; te dicen que lo mejor es estar aquí, ya que les ayudas a evadirse de donde están, porque al final pasan muchas horas en la habitación, con médicos y cables», subraya.
Pero no solo se aprende en esta clase, también surgen nuevas amistades. «Es muy bonita la socialización que hacen ellos. Ha habido casos que se han conocido en el hospital y que fuera siguen quedando».
La actividad en esta aula tuvo que verse interrumpida en el periodo más duro de la pandemia por el coronavirus. Era el maestro el que iba a cada habitación, ya que no se podían juntar. Ahora, este recurso vuelve a estar disponible, y se espera que en breve pueda retomarse la actividad de cuentacuentos que acudía varias tardes al hospital.