En busca de otra Evita

Agencias-SPC
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Janja da Silva se ha destapado como una figura política que pretende ser más que una primera dama al uso e implicarse en la lucha contra la violencia contra la mujer, el hambre o el racismo

Rosangela da Silva, más conocida como Janja, quiere ser como Evita o Michelle Obama. Siempre al lado de su esposo, Luiz Inácio Lula da Silva, al que ayudó en su campaña electoral y en el proceso de traspaso de poder, la nueva primera dama de Brasil no quiere ser un mero «objeto decorativo» y así lo ha demostrado, destapándose como una figura política que levantado suspicacias hasta en el gubernamental Partido de los Trabajadores (PT).

A esta socióloga de 56 años, 21 más joven que el presidente, hay quien la compara ya con la histórica Eva Perón, sobre la que ha hecho pública su admiración y en quien dice que se inspirará durante esta legislatura.

Su fuerte protagonismo en la campaña electoral fue notorio. Participó en prácticamente todos los mítines del progresista, en los que incluso agarraba el micrófono y se ponía a cantar las canciones de la campaña de su marido ante cientos de personas.

Su omnipotente presencia ha generado recelos dentro del PT, que temen la enorme influencia que pueda tener sobre el mandatario. Ella atribuye esas críticas a «envidia» y «machismo».

Amante del fútbol, el carnaval y la música, se define como una «soñadora con los pies en el suelo». Y sostiene que quiere «resignificar el contenido» de lo que es «ser primera dama». De hecho, ya ha avisado que no piensa «quedarse en casa» y que pretende poner en boga temas que considera importantes, como la violencia contra la mujer, el hambre y el racismo.

A pesar de que en su casa no se hablaba de política, Janja se implicó desde muy joven en movimientos estudiantiles, en los estertores de la dictadura militar (1964-1985).

En 1983, en medio del fervor social con el movimiento Diretas Já, que en pleno régimen exigía el voto directo para elegir presidente, se afilió al PT, que Lula había fundado tres años antes junto a un centenar de sindicalistas e intelectuales de izquierdas. Tenía tan solo 17 años. De Lula, que entonces era un barbudo aguerrido, diferente del estadista de hoy, le marcó su «liderazgo», aunque su primer encuentro sería años después. Trabajó como asesora parlamentaria y después pasó al sector privado, impulsando programas de responsabilidad social.

En 2003, el primero de los ocho años del presidente en el poder, comenzó a trabajar en la hidroeléctrica Itaipú. Allí, coincidió alguna vez con el ahora presidente. Pero la chispa del amor surgió en diciembre de 2017, durante un partido de fútbol benéfico. Entonces, él estaba viudo, tras perder a su segunda esposa, Marisa Letícia Rocco, en febrero de ese año por un derrame cerebral. Rosangela, que había acudido a ese evento porque quería ver al cantautor Chico Buarque, acabó comiendo en la mesa de Lula. «Él pidió mi teléfono a alguien» y «nos fuimos aproximando», relató.

Cuatro meses después, Lula entró en prisión por unas condenas por corrupción que más tarde serían anuladas por la Justicia. «Fue muy difícil. Todos los días nos intercambiábamos cartas», narró. En esas misivas hablaban de «esperanza», de «amor» y de sus planes cuando saliera de la cárcel, lo que ocurrió el 8 de noviembre de 2019. Ese día, Lula presentó en sociedad a Janja.

«Ustedes saben que logré la proeza de, preso, conseguir una novia, enamorarme y ella acceder a casarse conmigo; tiene mucho coraje por su parte», clamó exultante.

Se casaron el pasado 18 de mayo en una ceremonia íntima, mientras el país calentaba motores para las elecciones que han llevado al matrimonio al Palacio de la Alvorada, desde el que Janja pretende convertirse en la nueva Evita.